Terapia a la francesa



Ayer hacía un sol estupendo y, por primera vez en el año, la temperatura era perfecta para estar en manga corta por casa. Sin embargo, me levanté con el pie izquierdo, se me atragantó la mañana y me terminé de cruzar después de comer. El día no fue ni blanco ni negro, sino más bien grisáceo. No es que estuviera triste, es que estaba tan aburrida que hasta contagié a mis Petunias y hoy me recibieron con las hojas caídas.


Así que a media tarde (a buenas horas!) decidí ponerme manos a la obra y hacer algo con mi vida, así que me sometí a una terapia de choque e intenté hacer macarons. Los macarons son unos pastelillos franceses con forma de sándwich: un relleno de ganache entre dos placas de una masa que no es ni galleta ni bizcocho. Como no se puede describir con palabras, tendréis que probar a hacerlos un día para comprender exactamente de qué os estoy hablando.

Seguí la receta de la Comunidad de Velocidad Cuchara al pie de la letra, pero fallé al montar las claras al punto de nieve. Deberían haber quedado mucho más compactas -como dice mi madre, dejar un bollo de merengue que no se caiga del bol aunque se le de la vuelta. Aún así, intenté aprovechar la masa, pero al ponerla sobre el papel de horno estaba tan fluida que parecían monedas rosas (como de Hello Kitty) más que macarons. Además, tardaban tanto en secar que los dejé toda la noche y hoy por la mañana los horneé. 

Sin embargo, aunque el intento haya resultado en un fracaso, al menos sirvió para alegrarme la tarde y, por otra parte, tampoco esperaba que me salieran a la primera. Entre postres franceses y colorante rosa, rondaba por mi cabeza la canción de La vie en rose. Echándole imaginación, me veía con los labios y las uñas pintados de rojo pasión mirando desde una buhardilla de París la torre Eiffel, al tiempo que sonaba  Edith Piaf a través de un tocadistos, con ese aire retro del vinilo. Estaba intentando encontrar a Coco Chanel paseando por los Campos Elíseos, del brazo de algún hombre con un bigotillo ridículo, cuando empecé a notar que la buhardilla se llenaba de un olor a quemado. Allí estaba, de vuelta en la cocina, y las monedas de Hello Kitty se habían ido al Caribe a tomar el sol.

De modo que aquí me tenéis, después de una nueva tanda de macarons de un rosa tan rosa que solo con verlos uno parece que está masticando algodón de azúcar. Esta vez el merengue sí que ha quedado consistente, pero como me gusta vivir al límite (me gusta más esta versión que la de que soy una desorganizada) tardé demasiado en mezclarlo con la harina de almendras y el azúcar glas. No sé si ha sido eso o alguna otra razón; el caso es que tampoco en esta ocasión hubo éxito. Conclusión: los macarons para los franceses, la cocina para mi madre, y yo a lo mío, que calladita estoy más guapa.

6 comentarios:

  1. Pues si que te debes de cruzar.... porque hacer macarons que es una receta super difícil!!! A mí nunca me salen, ya no lo intentó más. Le pasa algo al reproductor, no pude escuchar la canción. Besotes.

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  2. Ole mi niña!!! que entrada más guapa. Hasta la siguiente.

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  3. Gracias por avisar, ya está solucionado! La verdad es que con los macarons empecé la casa por el tejado, pero no descarto volver a intentarlo en un futuro (muy lejano...) :P

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  4. Se te cruzó bien el día para ponerte a cocinar en época de exámenes, futura doctora!!!!
    Algún día preparas esos macarons para moi! Así que quizá no este tan lejano ese futuro en el que lo volverás a intentar!!!
    (:

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  5. PD: muy buena elección de la canción, Édith Piaf sin duda era fantástica!

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  6. Los macarons son muy empalagosos, dan demasiado trabajo hacerlos; para un capricho mejor comprarlos porque hay recetas más agradecidas. Un blog interesante.

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