El día D


Ha pasado un tiempo desde la última entrada hasta hoy, pero como no hice nada interesante hasta ahora, voy a empezar directamente contando como me va de viaje. Antes de salir, me despedí de nuestro dinosaurio, el Lagarto Juancho. Le encanta tomar el sol en el cubo de la entrada, colarse en el salón, y provocarle infartos a mi madre. Aunque me pasé todo el día en aviones, o esperando a que llegaran, fue suficiente para descubrir o, más bien, confirmar, que soy un poco cobardica, irremediablemente adicta a internet, y que cada vez que salgo de casa deberían ponerse en marcha dispositivos de emergencia y protocolos de seguridad nacional.


Al contrario de lo que cabría esperar, a las 09:00 de la mañana del sábado estaba casi tan casada como el día anterior por la noche, y es que, después de la maratón de exámenes, preparar la maleta, pasaportes, vuelos, seguros, emails, dejarlo todo preparado para la vuelta, imprevistos, etc. mi maltrecha mente necesitaba una semana en un spa. En lugar de ello, tuvo 8 h. de sueño antes de volver a engrasar motores para el siguiente pico de adrenalina: el viaje de Vigo a París. Casi conseguí adormilarme en el coche de camino al aeropuerto y en la hora y media que estuvimos esperando para embarcar, pero cuando vi el avión en el que pretendían llevarnos a Vigo, supe que la aventura había comenzado. Me recordó a las maquetas que hacen mi padre y mi hermana en cartulina. 37 intrépidos –no había más asientos- subimos a ese avión. Estadísticamente deduje que en la mitad de nosotros las ganas de viajar podían con el instinto, y en la otra mitad nuestro instinto estaba estropeado.

El aeropuerto de París es grande, pero no lo suficiente como para quemar 4 h de espera en las tiendas duty free. Ofrece wifi gratis, pero tan solo durante 15 minutos. Air France tiene lo que llaman “lounge areas” que son sitios en los que sí que hay internet ilimitado y, supongo, te hacen mucho la pelota, porque solo tienen acceso a ellas los pasajeros Premium. No es que a la burda y basta plebe nos nieguen la entrada, pero tendríamos que pagar un extra. Así que, tras enviar los mensajes de rigor a casa, comenzó una larga espera en la que hice de todo lo que se me ocurrió que se podía hacer sin internet, que hoy en día es bastante poco.

No obstante, por fin llegó el gran momento de subirnos a un avión como está mandado, con tres columnas de asientos y diez asientos por fila.  El viaje fue divertido, al principio: vi una película medio en español latino medio en inglés -lo cual resultaba a veces frustrante y a veces bastante cómico-, porque no era capaz de acostumbrarme a ninguno de los dos idiomas y no podía evitar cambiarlo cada poco. Después leí un poco y, justo cuando empezaba a aburrirme, sucedió algo que, por muchas veces que me pase, sigue sorprendiéndome, como cuando nuestro perro se metía en el estanque de a disfrutar de un buffet libre a base de peces de colores: me empezó a sangrar la nariz. Algún día escribiré una lista con todas las situaciones inconvenientes en donde me haya ocurrido tal cosa, y os puedo asegurar que será larga. Como hoy estoy cansada, lo dejo para otro día. A cambio, os dejo señalado en la imagen el momento en que me empezó a sangrar la nariz, aproximadamente en el medio del océano Atlántico –sí, mis padres me vigilaron durante todo el viaje y luego me mandaron fotos del itinerario por mail. Si hubieran podido, hubieran colocado cámaras por todas partes, y aún no descarto que lo hayan hecho, por eso sigo lavándome los dientes todos los días.

Finalmente llegamos a Canada, donde hay que rellenar una hoja con tus datos para poder pasar la frontera y recoger tu maleta. Atención a navegantes: si alguno está pensando en viajar a Canada, hay que tener en cuenta que a los visitantes no se les permite introducir en el país:
  • Regalos (excluidos alcohol y tabaco) que valgan más de 60  C$ cada uno.
  • 1,5 L de vino 1,14 L de licor o 24 latas o botellas de 355 ml (en total, 8,5L) de cerveza.
  • 200 cigarrillos, 200 barras de tabaco, 50 puros y 200 gramos de tabaco manufacturado.

Además, si se llevan frutas frescasvegetales, carne o derivados, nueces (no sé si se referían a frutos secos en general) hay que declararlo. Se pueden consultar estas restricciones en Infosource

En el aeropuerto estaban esperándome Susan, mi persona de contacto aquí, y su novio –de cuyo nombre no puedo acordarme, pero cual escudero, cargó con mi maleta hasta la residencia. Nos fuimos los tres a ver la habitación en donde me quedaría, me enseñó la cocina, el baño, etc. y, acto seguido, salimos corriendo para coger el último bus desde Montreal hacia Ottawa que salía a medianoche, como en los cuentos.

No más experiencias por ese día, aunque sí algunas cosas raras:

En-el-mundo-hay-de-todo #1: sesiones de luminoterapia en la puerta de embarque nº 33 del aeropuerto Charles de Gaulle de París.

En-el-mundo-hay-de-todo #2: Los autobuses urbanos no dan cambio. Cuando subes, hay una caja, como de propinas, en la que dejas el dinero. Si no tienes justo, es problema tuyo. 

Misión imposible




Ayer descubrí un nuevo deporte de riesgo: acuerding academic-ing. Consiste intentar que el acuerdo académico llegue sano y salvo a su destino, salvando los obstáculos que se presentan por el camino. Pues ayer me autoproclamé campeona de la modalidad contrarreloj. 



Una vez que decidí las asignaturas que quería cursar fuera en mi año de Erasmus, le envié la lista a mi Coordinadora en la que figuraban las materias de la USC con sus equivalentes en Tübingen. A partir de esta lista, se elaboró el acuerdo académico que tuve que firmar -a principios de mayo- y que fue enviado, después de que lo firmaran mi Coordinadora y el Gestor Académico de mi facultad, a la Oficina de Relaciones Exteriores de la Universidad. En mi caso, la última vez que había visto ese Acuerdo Académico era el 07 de mayo, hasta hoy (chan chan chan...).

A medida que se acercaba el final del mes de mayo, estaba cada vez más preocupada porque no tenía confirmación de que hubiera llegado el acuerdo académico a Tübingen. No sabía si el fallo era que no se había enviado desde Santiago, o que no lo habían recibido en Alemania, así que le pregunté a mi Coordinadora y ayer descubrimos que en la Oficina de Relaciones Exteriores tienen tal cantidad de acuerdos académicos que, en vez de mandarlos uno por uno, los envían cuando los tienen todos, alrededor de finales de junio. Menos mal que pudieron enviarme una copia por mail, así que yo misma envié esta propuesta de acuerdo académico a Alemania, ya que, si no puedo cursar alguna de las asignaturas que pretendo, tendré que hacer una modificación. En primer lugar, mandé un mail a la Oficina de Relaciones Exteriores de la Universidad de Tübingen, en general, y otro a la de la Facultad de Medicina. En segundo lugar, mi Coordinadora me recomendó que también mandara una copia en papel, y aquí comenzó mi gran aventura.

Estaba en casa, tranquilamente, haciendo como que estudiaba, cuando me vi en la tesitura de tener que llegar hasta Correos antes de las 14:00, hora en la que pasa el camión y recoge la correspondencia. A falta de coche, me puse el casco, saqué la bici y empecé a pedalear. Cuando llegué a la oficina 15 minutos después (tiempo récord!), no sé de dónde saqué el aliento para poder hablar, porque hacía un calor insoportable. Parecía Rocky después del combate final: sudorosa, agotada, despeinada... -hasta sangré, aunque no en la cara, sino que me rocé con una ramita de un árbol que estaba tirada en la carretera y salió volando cuando pasé por encima. 

Después de cubrir las direcciones en los sobres -al igual que los mails, uno para la Oficina de Relaciones Exteriores de la Universidad de Tübingen en general y otro para la de la Facultad de medicina-, como nunca se es lo suficientemente precavido, decidí mandarlo por correo urgente certificado con acuse de recibo, lo cual implicó rellenar cartones y papeles con un espacio minúsculo para los largos nombres alemanes. Cuando llegó el momento de cuñar las cartas, el sistema no funcionaba. El programa con el que trabajan en Correos había dejado de funcionar y, según me contaron allí, lo mismo ocurrió en las demás oficinas, así que no me quedó otra opción además de esperar. En total, estuve 50 minutos allí, aunque para mí fueron muchos más. Pasé la primera media hora buscando el lugar por donde salía el chorro de aire acondicionado más fuerte, hasta que llegué a la conclusión de que no había aire acondicionado. A continuación, me acordé de Tom Hanks en La Terminal: me entraron ganas de construirme una cama con los bancos, comer, aprender un idioma, hacer amigos... Finalmente, cuando estaba a punto de ejecutar el plan B -mejor no os cuento cuál era, porque no sé hasta que punto estaba dentro de los márgenes de la ley-, el ordenador volvió a funcionar y pude mandar las cartas. 

Ahora solo queda esperar, aunque como tarden mucho voy yo misma a Alemania a preguntar cómo va el tema!

Mini-actualización (unas 4 horas más tarde): acaba de llegar a mi buzón un acuse de recibo. Sí, yo también pensé que era demasiado rápido como para ser el de ayer, pero en realidad es el de la solicitud de admisión que había enviado el 20 de abril.