Primeras prácticas en Tübingen

No sé si por suerte -porque algo mejor está por venir- o por desgracia, pero ya quedaron atrás las primeras dos semanas de clase. En menos de lo que tardé en asimilarlo, la Universidad de Tübingen me lanzó a una piscina para enseñarme a nadar -y el agua estaba helada. Menos mal que hasta ahora me mantuve a flote, aunque algunos días más cómodamente que otros. 

Un cálido viernes, dos semanas atrás -en ese momento me parecía que hacía frío, pero en realidad todavía no había empezado a nevar-, los erasmus de medicina tuvimos una reunión con la coordinadora. Nos dieron el horario y empecé a sorprenderme en el mismo momento en que vi que ya empezaba con prácticas de cirugía el lunes siguiente. Intenté disfrutar del fin de semana libre -fiesta, desenpolvar la bata, hacer el vago, fiesta otra vez- pero aun así se me hizo demasiado abrupta la despedida de las vacaciones. 

Desde el mismo lunes, el despertador empezó a sonar a las 06:00, a las 06:20 cogía la bicicleta, a las 06:26 conseguía despertarme entre el frío de la mañana y la luz del semáforo directamente en mi cara, a las 06:36 subía en el autobús y a las 07:00 empezaba a pasar visita a los pacientes de la clínica de accidentes -en este punto todavía no había terminado de sorprenderme, en primer lugar porque aquí tienen un hospital especial para patosos y gafes, y en segundo lugar porque incluso cuando uno está ingresado y necesita "reposo absoluto" lo despiertan a horas intempestivas para que cinco batas blancas examinen su rodilla. Afortunadamente, la segunda semana de prácticas fue totalmente relajada: la mitad de los días no tuve que estar en el hospital hasta las 08:00 de la mañana. Estuve en la planta privada de cirugía general, que es como la clase business de los aviones para los que tienen un seguro privado: menos pasajeros y más espacio en los asientos, pero al fin y al cabo el piloto, el avión y el punto de salida y llegada son los mismos. 

Lo que pasó entre las intempestivas horas en que me ponía la bata y las -no tan intempestivas- horas en que me la quitaba me lo guardo para mí. De esta forma, parezco más profesional -por aquello de guardar el secreto médico- y nadie se entera de que, con esto del alemán, estaba más perdida que un erasmus en sus primeros días de clase. En líneas generales, aquí los estudiantes de prácticas tienen muchas más autonomía y trabajan mucho más por su cuenta. El objetivo de las prácticas no es ver lo que hemos leído en los libres, porque para eso ya tienen el año entero de prácticas al final de la carrera, sino que se trataba de "ser" médicos durante unos días: visité pacientes y los examiné, escribí historias clínicas, presenté un caso, coloqué una escayola -a una compañera, afortunadamente para los pacientes y desafortunadamente para ella-, aprendí a coser de tres formas diferentes y a hacer nudos, fui a quirófano, endoscopias, consultas...

Al principio me sentía un poco fuera de lugar -¿cómo es posible que unos simples estudiantes deban examinar solos al paciente?¿y si le hacemos daño?- porque, sinceramente, hacía tiempo que calculaba nivel de exigencia de las asignaturas como el número de páginas que entraban en el examen partido por el tiempo que tenía para metérmelas entre pecho y espalda. Sin embargo, al final mi cerebro despertó y disfruté como un estudiante de medicina que se pone la bata por primera vez. Wunderbar!

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