Algo grave ocurre últimamente. Es una sensación indescriptible y espeluznante, que pone la piel de gallina. Atraviesa la ropa, la piel y se cuela hasta los huesos, paralizando por completo. Las articulaciones se bloquean y se pierde la capacidad de razonar; los pensamientos son borrosos y fluyen lentamente, como si la mente estuviera nublada. Es imposible dejarla atrás, te acompaña desde el primer momento en que abres los ojos por la mañana hasta que por fin caes dormido por la noche, a donde quiera que vayas, como si fuera tu sombra. Está en boca de todos, no se habla de otra cosa; incluso escriben sobre ello en el periódico. Aquí la llaman saukalt o, lo que es lo mismo, un "frío que pela".
Vacaciones "en casa"
Como ya comenté -de pasada- en la entrada sobre Freiburg, las vacaciones en la Universidad de Tübingen son muy -no diré que demasiado, porque demasiado nunca es suficiente para unas vacaciones- largas. De la noche a la mañana, la ciudad se vació de estudiantes. Incluso los americanos, que queman dos días con el viaje de ida y otros tantos con el de vuelta, decidieron regresar a sus casas. Aquí nos quedamos algunos especímenes extraños dedicándonos a trabajos, viajes cortos por los alrededores o, como en mi caso, cursos para mejorar el alemán. Aunque el curso fue muy efectivo -ahora ya no suena tanto a chino, sino más bien a ruso- al final sentía una necesidad imperiosa de volver a mi casa, mi habitación y mi cama, con cocina propia, platos del mismo tamaño y cubiertos de la misma vajilla y -lo mejor de todo- la cocina de mi madre.
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