Como ya comenté -de pasada- en la entrada sobre Freiburg, las vacaciones en la Universidad de Tübingen son muy -no diré que demasiado, porque demasiado nunca es suficiente para unas vacaciones- largas. De la noche a la mañana, la ciudad se vació de estudiantes. Incluso los americanos, que queman dos días con el viaje de ida y otros tantos con el de vuelta, decidieron regresar a sus casas. Aquí nos quedamos algunos especímenes extraños dedicándonos a trabajos, viajes cortos por los alrededores o, como en mi caso, cursos para mejorar el alemán. Aunque el curso fue muy efectivo -ahora ya no suena tanto a chino, sino más bien a ruso- al final sentía una necesidad imperiosa de volver a mi casa, mi habitación y mi cama, con cocina propia, platos del mismo tamaño y cubiertos de la misma vajilla y -lo mejor de todo- la cocina de mi madre.
Sin embargo, como a mí me gusta complicarme la vida, decidí que no iría ni en avión, ni en tren ni en autobús a casa -ni siquiera alquilé un coche. Unos amigos y yo hicimos las mochilas e hicimos un trecho del Camino de Santiago. Por supuesto, no empezamos a caminar exactamente en Tübingen -más bien en Sarria, provincia de Lugo- pero por momentos parecía que estábamos cruzando Europa. En buena compañía y teniendo siempre presente la maravilla que uno se encontrará al llegar -con el tiempo recordamos selectivamente las cosas buenas- resultó una buena experiencia. Cada noche dormíamos en los albergues municipales que se encuentran por el camino. Así, compartimos habitación casi siempre con las mismas personas. Había expertos con cremas, tiritas y todo tipo de remedios; principiantes como nosotros que íbamos solucionando las dificultades a medida que surgían, y veteranos con heridas tan feas en los pies que ya ni las sentían. -nos levantábamos cada mañana a las 7:00 en punto, caminábamos aproximadamente 25 km, nos duchábamos destrozados, cenábamos y nos dormíamos rodeados de olor a réflex y escuchando los ronquidos de alguno que otro de fondo.
Por un tiempo estuvo bien hacer todo del revés -invertir más tiempo en el viaje que en la estancia e ir de vacaciones "hacia casa"- pero al final necesitaba un tiempo de descanso "de verdad". Fue estupendo despertarse tarde, disfrutar del inusitado buen tiempo que hizo para ir de excursión, comer mucho y jugar a las cartas en el salón. De estos dos días son las fotos de Ézaro, donde la presa vierte directamente al mar. Este año llovió tanto en Galicia que tenían las compuertas completamente abiertas y nos acercamos un día a verla.
Si la ida me costó -levantarse cada mañana con los pies doloridos y echarse a caminar no es fácil-, casi me tienen que encadenar al asiento del avión para regresar -volver a las clases y los madrugones cuesta todavía más. Y es que vivir solo en plan salvaje está muy bien, pero son necesarios más de dos días para recordar los aspectos negativos de vivir en casa, porque después de solo dos días no me ha dado tiempo ni de tropezar en las escaleras buscando el interruptor de la luz, comerme los guisantes "porque son muy sanos" o quejarme de la poca frecuencia de los autobuses.
Por fin volvemos a disfrutar de tus post..... No tardes mucho en volver.....
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