Quebec city



El sábado me levanté temprano para estar en la estación de autobús a las 06:55 de la mañana aunque, con la perspectiva de una excursión a Quebec city, no me costó nada levantarme en cuanto sonó el despertador. Hay autobuses cada hora entre Montreal y Quebec: los de ida salen a las en punto, empezando a las 06:00 de la mañana, y los de vuelta a las y media, empezando también a la misma hora, aproximadamente. Como se trataba de madrugar, no de ir sin dormir, decidimos coger el segundo autobús, que salía de Montreal a las 07:00 de la mañana.

Una vez en Quebec, desde la Gare du Palais nos dirigimos el albergue para dejar las mochilas, y ya de camino fuimos haciéndonos una idea de como es la ciudad. La parte histórica se encuentra en una colina, de forma que las calles son casi todas en cuesta. Además, es cierto lo que todo el mundo dice: Quebec es la ciudad más europea de Canada.

Por la mañana nos dedicamos a recorrer la parte antigua de la ciudad, que se encuentra dentro de los límites de la antigua muralla, de 4,6 km de largo -Quebec es la única ciudad que queda fortificada al norte de Mexico. Comimos en el mercado que hay cerca del puerto y, de postre, aproveché y me compré un vasito con arándanos. Es una maravilla ir por ahí y, cuando tienes hambre, comprar unos pocos arándanos o frambuesas; aquí son tan abundantes como las palomitas en los cines. Existe un paseo a lo largo del mar, que comienza al lado del Château Frontenac y discurre al lado de la Citadelle, desde el que se puede ver la otra orilla del río St. Lawrence.




El Château Frontenac es un lujoso hotel construido a finales del s. XIX. En sus fachadas se suceden torres de diferentes alturas y tamaños, rodeando una altísima torre central que fue añadida con posterioridad, dando la impresión, en conjunto, de estar ante un castillo de las película. En los sótanos del hotel, a los que incluso los turistas que no se alojan aquí pueden acceder, se encuentran tiendas de souvenirs, ropa y un Starbucks; estas galerías son dignas de ver, con su iluminación tenue, las paredes en mármol y las puertas y escaparates enmarcados en madera pintada de verde.

La Citadelle, a donde fuimos por la tarde, es una fortificación construida intramuros, en la parte este del Viejo Quebec. Tres datos curiosos sobre ella: tiene forma de estrella, tardaron más de 30 años en construirla y –atención, este es mi preferido- se le conoce como el Gibraltar de América. En condiciones normales hay que pagar por ver la Citadelle por dentro. Se puede visitar cono un guía la residencia del Gobernador, que está repleta de obras de arte canadienses y muebles de la época y se centra más en mostrar el papel que este personaje tenía en la Canadá de hace unos siglos. Si no, existe la opción de visitar, también con un guía, la estructura de la Citadelle, con explicaciones orientadas más bien a la historia militar de la ciudad. La verdad es que yo tenía la intención de visitar la residencia del Gobernador, pero al entrar nos dijeron que había una representación de baile contemporáneo, inspirada en “lo militar”, que comenzaba en el interior de la Citadelle y luego se trasladaba a la zona del Parlamento. Como soy estudiante, todavía tengo todo el derecho del mundo a ir por el mundo en plan mochilero -o cutre, según se mire-, con lo mínimo, así que, con el pretexto de la representación de baile, pudimos entrar en la Citadelle y verla por dentro totalmente gratis. No pude entrar en los edificios donde se encuentran las exposiciones, etc. pero me conformo. A Emily le gustó mucho el baile, a mí no me dijo nada; supongo que tengo la misma sensibilidad para el arte contemporáneo que un bloque de cemento enterrado bajo una gruesa capa de hormigón armado. Así que, después de contemplar un poco el espectáculo, me dediqué más bien a observar los edificios, los jardines, las vistas…

Después de media hora, los bailarines se pusieron en fila y, desfilando con grandes banderones azul turquesa, salieron de la Citadelle y se dirigieron a Parlament hill, es decir, la colina del Parlamento que, aunque es un edificio muy bonito, no pudimos verlo en todo su esplendor porque estaba en obras. Allí, enfrente de la impresionante fuente Tourny Fountain, terminó la actuación. La verdad es que, con los 30 ⁰C que hacía, el sol cayendo a plomo y los trajes de manga larga y gruesas botas que llevaban los bailarines, bien se merecían un buen aplauso, aunque solo fuera por el esfuerzo. Pero había llegado el momento de continuar por nuestra cuenta, así que nos dimos una vuelta por la zona. Había muchísima gente, porque justamente este sábado Roger Waters, "el ex maestro del grupo Pink Floyd", que se despedía de los escenarios con un concierto en el centro de Quebec. Rodeamos la multitud y nos encontramos justo al lado del parque de la Francophonie, en la calle Grande Allée. En ella, después de la zona de los edificios altos de oficinas, se encuentran unas casas victorianas que justifican el que, en su tiempo, fuera la calle más chic de la ciudad. Bajamos hasta el Gran Teatro de Quebec –un edificio bastante feo, de cemento gris y ángulos afilados-, al lado de cual se encuentra el parque de l’Amerique Française, en honor a todos los francófonos que residen en América del Norte. Llegados a este punto, tengo que aclarar, para los que no lo sepan, que Quebec es el bastión del francés en Canada. Seguimos caminando y pasamos al lado del Edificio Marie-Guyart, la sede del ministerio de Educación en el que se encuentra, en su planta 31, un observatorio desde el que se puede ver la ciudad completa. La verdad es que no subimos porque es un poco caro y, desde les Plains d’Abraham, se pueden observar también unas vistas magníficas de la ciudad.



Les Plains d’Abraham (Battlefields Park) es un parque situado en donde, a medidados del s. XVIII, tuvieron lugar los enfrentamientos entre ingleses y franceses. Se puede visitar caminando, en bus y, en invierno, haciendo esquí de fondo. Es uno de los parques urbanos más grandes del mundo –tiene 103 hectáreas-y se extiende sobre una loma desde la cual se pueden ver las modernas torres, las buhardillas de los antiguos edificios Quebecois, la Citadelle, el río St. Lawrence… Hay un montón de actividades, especialmente en invierno –incluso snowshoeing que, según entendí, consiste en caminar con raquetas de nieve en los pies siguiendo a un guía.

A continuación, exhaustas, regresamos al albergue para ducharnos y, sin perder un minuto, cenar e ir a un espectáculo gratuito que ofrece el Circo del Sol cada sábado. Nos encontramos con un problema técnico, y es que no sabíamos exactamente a dónde teníamos que ir para verlo. Sin embargo, fue fácil distinguir a una hilera de gente que se dirigía toda al mismo sitio. Así que, ya que por la mañana habíamos caminado detrás de un grupo de gente con banderas azules, nos unimos dócilmente a este rebaño de ovejas. El sitio estaba a rebosar, y no era para menos, porque el Circo fue realmente increíble. Yo ya había visto el Circo del Sol cuando habían venido a Santiago hace un par de años y, aunque fue la mitad de tiempo que entonces, las actuaciones no fueron menos impresionantes: trampolines, aros, acrobacias en el aire, en el suelo… Incluso hubo un número con bicicletas y cuerdas de saltar. La verdad es que no existen palabras para describirlo; hay que ir y verlo. Los colores chillones propios del circo tradicional, música en directo con guitarras eléctricas le daban el toque actual, acrobacias imposibles que desafiaban la ley de la gravedad, baile, risas… Una cucharadita de blanco y otra de negro, una pizca de purpurina, un buen puñado de colores, un abundante chorro de rock, un toque de salsa –de la que se baila, no de la que se come- y, como le gustaba a James Bond, agitado pero no revuelto, sale un Cirque du Soleil Martini.

El menú de hoy nos había dejado agotadas: un madrugón de entrante, una caminata como plato fuerte y, de postre, hora y media de pie sin moverme. La guinda del pastel fue encontrar a Wally tocando la guitarra en la calle, solo que se había olvidado las gafas, el bastón y demás trastos en casa. Aunque, si tuviera que ponerle una pega al día de hoy, diría que había demasiada gente –a veces era imposible sacar fotos-, muchas obras y que, a causa del concierto, por todas partes se veían vayas y gradas que afeaban un poco el ambiente vintage y un tanto bohemio de la ciudad.


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