Viernes de vértigo



Si hay algo que caracteriza Montreal y, en general Canada, son las sorpresas. Cuando sales por la puerta, pensando que vas a tener un interesante fin de semana de excursión en Quebec, te topas con alguna actividad o espectáculo con el que en un principio no contabas, pero que bien merece ser incluido en el plan.




El viernes, sin ir más lejos, Emily y yo fuimos a dar una vuelta por el Quartier des Spectacles, básicamente porque siempre hay algo que ver allí por la noche. Nos encontramos con que, además de conciertos, gigantes, globos enormes con forma de persona, iluminaciones en los edificios y muchos puestos de artistas y comida, había una plataforma que subía gracias a una grúa, se quedaba unos minutos a una distancia considerable del suelo y luego bajaba a tierra firme. Nos acercamos, y resulta que, en condiciones normales, es una mesa para tomar un tentempié en las alturas pero, con ocasión del festival, podías subir gratis. En teoría había que participar en un concurso mandando un mensaje de texto, pero como teníamos móviles extranjeros y no iba a funcionar, pusimos cara de pena y nos dejaron subir cuando vieron que había sitios libres. Ascendimos a 100 pies, lo que en Europa vienen a ser 30 metros y medio. Una altura considerable para observar la magnífica de vista de Montreal iluminado por la noche, el Quartier des Spectacles vestido de colores y tomarse unas palomitas a cuenta de la organización. Íbamos sentados en sillones muy cómodos, bien sujetos con cinturones por todas partes, para poder rotar y ver lo que quisiéramos en todas direcciones.

Menos mal que antes nos habíamos tomado unas generosas copas en un restaurante mexicano muy popular que hay en el Quartier Latin. Habíamos intentado ir allí más de una vez, pero siempre había colas quilométricas. Así que, en esta ocasión, fuimos pronto y armadas de paciencia, aunque al final no hizo falta porque, como deberíamos haber previsto por la Ley de Murphy, pudimos entrar y sentarnos sin tener que esperar. El mojito que tomé yo estaba muy bueno, pero lo realmente espectacular es la copa en la que trajeron el Margarita para Emily. Si hubiéramos ido con sed, podríamos haber tomado una copa doble, pero somos unas señoritas y con el tamaño pequeño nos basta.

Después de esta experiencia, no apta para personas con vértigo y/o vestidas con tacones –en la plataforma, a mi lado, había una chica que se pasó todo el viaje sujetando sus brillantes zapatos para que no se le cayeran; al menos no debió de tener vértigo, ya estaba acostumbrada a las alturas-, nos fuimos a casa para acostarnos temprano, ya que a la mañana siguiente nos esperaba un madrugón para coger el bus hacia Quebec city.

De regalo, os dejo la canción que le gusta cantar a un chico aquí en la residencia cuando se hace el desayuno. Desde mi habitación, que queda al lado de la cocina, lo oigo por las mañanas y no sabría decir si alguna vez encontrará un hueco en el mundo de la música, pero al menos le pone sentimiento. 

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