Esta semana es un poco extraña; después de casi un mes aquí, tengo que
pensar en empezar a despedirme de la gente, devolver tarjetas de identificación
y llaves, recoger fianzas y no comprar comida que no me vaya a dar tiempo de
terminar. Así que, al final, tocará comer en restaurantes. Sin embargo, esto
nunca está de más: en algún momento hay que conocer la gastronomía de la zona.
Para empezar bien el día hay que tomar un buen desayuno. Ya sabéis que lo
del brunch aquí se lleva mucho; si os acordáis, el sábado pasado Emily y yo
probamos el Eggspectations y estuvo
genial. Sin embargo, durante la semana es mejor empezar con un café y un bollo.
El rey de la bollería en Montreal –y supongo que también en todo Quebec- es el bagel. Vale para todo: desayuno, comida
y merienda. Hoy en el laboratorio los probé con queso crema y salmón ahumado y han entrado en el top ten de mi lista de comidas. A mí me gustan los que llevan semillas de sésamo; son ligeros pero
con una chispa. Dicen que en FairmountBagel hacen los mejores bagels de
todo Montreal. Como yo no he probado los bagels
de todo Montreal no puedo confirmarlo, pero sí que están buenos.
En el laboratorio bastante pronto, así que puedo cenar temprano y tomar algo ligero más adelante. Pero a veces también está la opción de
tomar una suculenta merienda, como ocurrió la semana pasada. Como no era ni tarde
ni temprano, Emiliy y yo fuimos a dar una vuelta y, de paso, nos dirijimos a la
Rue de la Commune, que discurre
paralela al puerto. Allí comimos una “cola de castor” –Beaver Tail o Queue de Castor, según con quien hables- con sirope de arce, en un sitio que
podría definirse como el McDonald’s de las beaver
tails y que, de hecho se llama exactamente así: Beaver Tails pastry. Se trata de una masa parecida a las de las
orejas de carnaval, que se fríe y queda con una forma que recuerda a las colas
de castor, de ahí el nombre. El sirope de arce es bastante dulce y, como en
estos sitios tampoco sirven el de mejor calidad, resultó más bien empalagoso. De
toda formas, había que probarlo y, de hecho, el jueves también nos encontramos
en una situación parecida y fuimos a por otra, pero esta vez con helado y migas
de oreo por encima; esta vez también terminamos sudando azúcar, pero estaba
espectacular.
Pero si hemos tenido un día duro y queremos recuperar fuerzas con una cena
en condiciones, con platos y cubiertos, nos vamos de restaurante. Montreal
tiene tantas variedades de restaurantes como de culturas, por lo que podemos
elegir entre restaurantes chinos, mexicanos, tibetanos, vegetarianos, indios,
etc. Pero es imprescindible probar el plato típico de Quebec: la poutine. Esta consiste en patatas fritas acompañadas de salsas, quesos, verduras, carne, etc.
Si se compra una poutine para llevar
en cualquier sitio, hay que tener cuidado si no quieres terminar empachado,
porque es una comida bastante pesada. A mí me gustó Poutine Ville, un
restaurante en el que puedes elegir la poutine
a tu gusto: decides que salsas, quesos y demás acompañantes quieres para las
patatas.
Y después de esta cena, un paseo para hacer la digestión, una copa en
cualquier bar –en Montreal hay un montón de buenos sitios donde tomar algo
por la noche- y nada más, porque hay que hacer sitio para el bagel de mañana.
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