Mont Royal

Este sábado Emily ya cogía el avión de vuelta a casa, así que el viernes fuimos a celebrarlo. Después de un buen pedazo de tarta, a la altura de la situación -ya era demasiado tarde, pero decidimos que si volvíamos a Montreal haríamos un tour para probar todas las tartas de la ciudad- bailamos hasta tarde. Por lo tanto, es de entender que a la mañana siguiente me levantara con calma, pasara directamente del desayuno a la comida y me dedicara básicamente a caminar media zombi hacia la calle en la que tengo internet y perdiera el tiempo un poco. 

Sin embargo, por la tarde, una vez que recuperé las fuerzas, agarré la cámara de fotos, la gorra y la mochila y fui a dar un paseo por Mont Royal. Cuando te encuentras en pleno centro, sobre todo en la ancha avenida McGill, y miras hacia arriba, ves que los altos edificios se interrumpen de repente a los pies de una gran montaña a la que parece que le han cortado la cumbre. Cuando miro hacia Mont Royal, me parece más bien una meseta que una montaña, aunque con una altura que no es nada desdeñable, porque después de subir y bajar, además de echar en falta un buen calzado deportivo, necesité una cena contundente y unas cuantas horas de sueño para sentir que mis piernas podían sostenerme de nuevo sin riesgo de caer al suelo.  

En las faldas de Mont Royal se extiende un parque diseñado por Frederik Law Olmsted, el arquitecto de exteriores que también diseñó el Central Park de Nueva York. Este parque, inaugurado en 1876, es un sitio muy popular entre los ciudadanos de Montreal. Mucha gente viene a hacer deporte o a pasar el rato y, al lado de Avenue du Parc los domingos hay conciertos de tam-tam. En el laboratorio había dos aficionados al esquí de fondo que, en invierno, cogían unos esquís y venían de excursión. Si uno se aleja de los caminos preparados y se decide a subir a la cima, se encuentra con que es una zona escarpada. Algunas zonas no son accesibles porque están reservadas como espacio protegido para ciertas especies de pájaros. 

El chalet Mont Royal es un impresionante edificio que por dentro está casi vacío, de forma que se pueden observar los murales de las altas paredes que relatan la historia de Montreal. Desde la terraza se observa una impresionante vista de la ciudad con las torres, el río y las islas. 

En lo alto del monte se puede apreciar, si estás lo suficientemente lejos, una cruz construida a principios del s. XX que conmemora el día 6 de enero de 1643, cuando el señor de Maisonneuve -el fundador de Montreal-, cumplió su promesa de llevar una cruz de madera hasta lo alto de la montaña si la ciudad sobrevivía a una inundación. 

Hacia la ladera norte se encuentran los cementerios de Mount Royal y de Notre-Dame-des-Neiges. El primero es el más antiguo -de hecho, uno de los más antiguos de Norteamérica. El segundo es el más actual. Según mi guía, en estos cementerios se pueden ver más de 145 especies de pájaros, así como árboles centenarios. Tampoco pude el oratorio de St. Joseph, que destaca por su gran cúpula -solo la de la basílica de San Pedro, en Roma, es más alta que ella. Por las fotos que vi, hubiera sido interesante acercarse hasta allí, pero creo que quedará para el siguiente viaje a Canada. 

De vuelta a la civilización, solo me quedaron energías para comer y dormir. Un consejo por si alguien se decide a darse una vuelta por allí: se disfruta muchísimo más con calzado deportivo, ropa fresca y agua. Yo llevaba un botellín que enseguida se calentó -como envidio en esos momentos las cantimploras que todo el mundo tiene por aquí- y unas chanclas como las de la playa. Para subir no hubo ningún problema, pero bajar se me hizo cuesta arriba. 

1 comentario:

  1. Hola Globetrotter, las fotos son preciosas.... los ambientes ayudan pero tu pericia hace el resto.... Pásalo bien!!!

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