El centro del centro de Montreal


Después de un sábado tan intenso, el domingo fue un día tranquilo, para recuperar las fuerzas antes de un nuevo lunes –aunque en Canadá usan millas en vez de quilómetros, comen a las 12:00 en vez de las 15:00 y se descalzan al llegar a casa porque prefieren limpiarse los pies que limpiar el suelo, los lunes también son el peor día de la semana.

En la Rue Ste. Catherine había un mercado, así que empecé curioseando un poco. No era un mercadillo al uso, sino que eran las propias tiendas de los centros comerciales las que ponían los puestos en la calle, de modo que había marcas caras mezcladas con sus imitaciones. También había espectáculos cada poco, y hasta una exhibición de coches antiguos, con un antiguo camión de bomberos. Ya os había hablado en otra ocasión de esta calle, ya que sus 15 km recorren Montreal de este a oeste. Es tan larga que incluso tiene una línea de metro para ella sola, la línea verde, con nueve paradas en total.



Llegué a Dorchester Square, que está justo al lado de Place du Canada, de forma que parecen una sola plaza en lugar de dos diferentes. En un principio, entre 1799 y 1854, fueron el cementerio católico de Montreal. Aproveché y, en la oficina de turismo, pedí una guía de Quebec-city, a donde iré el siguiente fin de semana –así que os esperan dos largas entradas para los próximos sábado y domingo. Me gustó mucho como atienden en la oficina de turismo –hasta había una chica solamente para ayudarte a sacar el ticket para ponerte en la cola-, no se dejan nada en el tintero y las guías son realmente buenas. Saliendo de la oficina, a mano izquierda queda el edificio Sun Life building, que durante mucho tiempo fue el más grande del “Imperio Británico”. En su interior guardó las joyas de la Corona Británica y las reservas de oro de varios países europeos durante la II Guerra Mundial.

Seguí caminando por la avenida McGill College, en donde también se encuentran gran cantidad de tiendas y de cafeterías con terrazas. En el número 1981 –no entiendo por qué, pero todos los números en Montreal tienen cuatro cifras- se ve una impresionante fachada de cristal, en la puerta de la cual se encuentra una escultura denominada The Illuminated Crowd, de Raymond Mason. Seguí hacia arriba hasta llegar a las puertas de entrada del campus de la Universidad McGill. Resulta que un tal James McGill era un comerciante de pieles nacido en Glasgow, Escocia, fue quien donó los terrenos y fondos para construir el campus. Aquí me entretuve un poco en el museo Redpath. Es un museo de historia natural, pequeño pero interesante, en el que se puede aprender, como su propio nombre indica, la historia de la naturaleza: la formación de la Tierra, los primeros seres vivos, los dinosaurios, los animales, las civilizaciones antiguas, etc. Tiene un montón de cosas interesantes presentadas de forma que no se hace nada aburrido.

Luego bajé hasta el centro, de nuevo, para ver el Bell Centre. Es el estadio donde se juegan los partidos de los Montreál-Canadiens, un equipo del que parece ser que se sienten muy orgullosos las masas de Montreal, porque es muy bueno en el deporte nacional: el hockey sobre hielo. En el Bell Centre hay un salón de la fama, en el que conservan fotografías y objetos de los jugadores más importantes de Montréal-Canadiens. Yo no entré porque no soy la seguidora más ardiente del hockey sobre el planeta, así que preferí seguir con mi cámara en la mano y apretar el paso, porque se avecinaban unos nubarrones negros que me daban mala espina.

Empezaron a caer las primeras gotas cuando me dirigía hacia la St. George’s Anglican Church que, además de ser interesante por fuera, dicen que lo que más vale la pena es su interior decorado en madera y seda de Damasco traída de la Abadía de Westminster en honor de la coronación de la Reina Isabel II. Contado así parece un cuento para niños y, como intenté entrar pero las puertas estaban completamente selladas con grandes cerrojos negros, me quedé con esa impresión. Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, en un reino muy, muy lejano, en el centro de Montreal, una iglesia mágica, construida en madera y seda de Damasco… Y entonces empezó a caer una tromba de agua tan fuerte que la iglesia desapareció delante de mi vista tras un telón de agua, y a mi lado ya solo había coches, semáforos y luces de oficinas.

Eché a correr porque, aunque había una estación de metro enfrente, todavía me quedaba algo por ver: la catedral Christ Church. Es bastante impresionante, con sus grandes cúpulas rodeadas de torres de negocios. Al lado hay una plaza dedicada a Raoul Wallenberg, un Héroe de la Humanidad, que salvó a miles de judíos de los campos de concentración durante la II Guerra Mundial.

Al salir de la Catedral ya eran horas de retirarse, así que cogí el metro, regresé a mi habitación y dormí hasta el día siguiente. Ahora ya no sé si parte de lo que recuerdo es real o lo soñé pero, quitando acontecimientos extraños, personas haciendo cosas más raras de lo normal y ajustando la historia a las leyes de la física, creo que esto es lo que os podéis encontrar aún hoy si camináis por el Downtown de Montreal.  


2 comentarios:

  1. Buenooooo!!! a esto se le llama un viaje bien aprovechadito; los coches también estaban incluidos en "el mercadillo al uso"??? jejejeje.. Que bonitos!!

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  2. Menudos descapotables los 2CV de Citroen. No quiero decirte en que lugar se hacían porque te dará la risa, solo te doy unas pistas empieza Vi y termina por go jajajajajaja.
    ¡Que bien te lo estás pasando tia! aprovecha que aun te quedaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

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