Dicen que, para mantenernos en un buen estado de salud, debemos dar unos 10.000 pasos diarios. Hoy me levanté con tantas ganas que creo que hice mis deberes por hoy y para el resto de la semana. Me hubiera gustado llevar conectada alguna app que contara los km, pero como la mayoría funcionan mediante datos móviles, es mejor para la factura permanecer en la ignorancia. Así que, como en los viejos tiempos, guía y mapa en mano –nada de apps en el iPhone ni chismes de esos que usan los jóvenes hoy en día- me fui a dar una vuelta por la zona vieja de Montreal -Old Montreal, si queréis que suene más intelectual. Es una zona muy bonita, especialmente por la noche, ya que los edificios tienen una iluminación especial que resalta sus detalles.
Nada más salir de la
parada del metro, me encontré en los jardines Champ de Mars, en donde se encuentran dos hileras de piedras que
son los restos que quedan de las murallas de la antigua ciudad, construidas
entre los años 1717 y 1744. Para los europeos estas ruinas parece que fueran de
antes de ayer, pero aquí son casi de los restos más antiguos que se pueden
encontrar. Cuando yo fui estaban “en obras”, ya que llevan expuestos desde hace
20 años el estar a la intemperie y las filtraciones de agua las han deteriorado.
Champ de Mars se encuentra en la parte de atrás del antiguo edificio del ayuntamiento y
de los juzgados. El primero se construyó entre 1872 y 1878, y sobrevivió a un
gran incendio en el año 1922. El balcón que se encuentra en la fachada
principal, debajo del reloj, fue desde donde un señor muy importante para los Quebecois –los canadienses de Québec-,
el General de Gaulle, dijo “Vive le
Québec libre!” en 1967. Se ve que los franceses no pueden evitar organizar
revoluciones. Separado del antiguo edificio del ayuntamiento por una fuente, se
encuentra el primer juzgado que se construyó en Montreal, allá por el s. XIX. En
1025 este edificio se les había quedado pequeño, así que construyeron otro en
la acera de enfrente, que ahora es el Tribunal de Apelación de Québec. Las
impresionantes columnas de su fachada principal infunden tanto respeto que no
creo que nadie se atreva a mentir entre sus paredes. Como no hay dos sin tres, se construyó otro
edificio más, que es donde actualmente se resuelven casi todos los casos.
En la acera de enfrente
del ayuntamiento se encuentra el Château Ramezay que, además de ser un hotel,
también alberga un museo en el que se expone toda la historia de Canadá, hasta
el s. XX. En la parte de atrás tiene el típico jardín del s. XVIII dela “New France”.
Girando a la derecha, al
final de la calle se encuentra el mercado Bonsecours. Desde 1867, año en que
fue inaugurado, ha pasado de ser un mercado a lugar de reunión para los hombres
de la ciudad, sala de conciertos, ayuntamiento, y, de nuevo, mercado, que es la
utilidad que tiene actualmente. Es un lugar agradable para pasear o tomarse un
café en alguna de las terrazas. Más allá, con la torre del
reloj intentando quitarle protagonismo a la cúpula del mercado, se encuentra la
capilla Notre-Dame-Bonsecours. Esta capilla, que ya de por sí vale la pena,
contiene en su interior un museo con varias salas de exposiciones y una cripta.
Además, se puede subir a la torre para ver Montreal desde las alturas que,
junto con la tumba de Marguerite Bourgeoys, son los principales atractivos de
esta capilla. Como era ya un poco tarde no me acerqué a verlos yo misma, así
que no respondo si alguno se va a Montreal exclusivamente para ver la capilla y
resulta que no está a la altura de sus expectativas.
Después de atravesar la
plaza de Jacques-Cartier, en donde se respira un ambiente estupendo, con artistas
que cantan y pintan en la calle y mucha gente paseando tranquilamente,
comienzan una serie de calles cuyos edificios fueron construidos, en un
principio, para servir de almacenes. Ahora se han reconvertido en restaurantes,
galerías de arte, etc. Cuando pasé por allí ya estaba anocheciendo y me quedé
embobada por ese lugar mágico. La luz anaranjada del sol se mezclaba con la de
las farolas de estilo victoriano, con flores rojas colgando hacia el suelo; en
la calle se escuchaba el jazz que sonaba en el interior de los restaurantes
como si el sonido llegara flotando directamente desde Nueva Orleans, y olía tan
deliciosamente bien a patatas asadas que parecía que me las estaba comiendo.
Finalmente, terminé en la
Place d’Armes, otro punto crítico de
la ciudad, cargado de historia. Desde 1895 se encuentra en el centro de la
plaza la estatua del fundador de Montreal, Paul de Chomedey, también llamado Sieur de Mesonneuve –hay un largo bulevar
con este nombre que corre paralelo a la calle Ste. Catherine; en él tienen
lugar todos los eventos del verano. En uno de los lados de la plaza se
encuentra el edificio más antiguo de la ciudad, llamado “Vieux Séminaire”, construido entre los años 1684 y 1687, cuyo
reloj, que data del año 1701, es probablemente el más viejo de los de su tipo
en toda Norteamérica. El banco más viejo de Canadá, el Bank of Montreal, también se encuentra en esta plaza y, como la
mayoría de los edificios antiguos de aquí, tiene un museo. Al otro lado de la
plaza se encuentra la Basílica Nôtre-Dame de Montreal. Cuando yo fui ya estaba
cerrada, pero la guía dice que su interior es todo de madera y que llama la atención
la capilla de Notre-Dame-du-Sacré-Coeur. Por la noche hay un espectáculo de
luces y sonidos, And then there was light,
que representa la fundación de la ciudad de Montreal y la construcción de la
Basílica. Durante un rato estuve pensando si quedarme y verlo, pero decidí
seguir caminando, porque debía de andar todavía por los 7.000 pasos.
La Place d’Armes es como
una frontera entre la zona antigua y lo que empieza a ser la zona financiera de
Montreal. Así que, antes de irme del s. XIX, bajé hasta la Place D’Youville, en donde se encuentra el Centro de Historia de
Montreal, que ya estaba cerrado. Enfrente hay otro museo, el de Arqueología e
Historia, que también estaba cerrado -puede que el saber no ocupe lugar, pero
en Montreal se acuesta temprano y tiene horario reducido el fin de semana. La Place D’Youville está construida sobre
el Río Saint-Pierre, que fue canalizado, como no, en el s. XIX. Un poco oculto
entre los árboles de la plaza, se levanta un obelisco, no demasiado grande, en
recuerdo de los primeros pioneros que llegaron a la zona.
Aunque no entré en el museo de Arqueología, el edificio es tan antiguo –o eso parece- que parecía que ya había tenido suficiente, así que esta vez sí que me dirigí hacia la zona de las grandes torres de cristal tintado. La calle Saint-Jacques se conocía antiguamente como el “Wall Street” de Canada. Esta calle termina en la plaza Square Victoria, en donde los edificios, si no son rascacielos, al menos lo parecen.
Aunque no entré en el museo de Arqueología, el edificio es tan antiguo –o eso parece- que parecía que ya había tenido suficiente, así que esta vez sí que me dirigí hacia la zona de las grandes torres de cristal tintado. La calle Saint-Jacques se conocía antiguamente como el “Wall Street” de Canada. Esta calle termina en la plaza Square Victoria, en donde los edificios, si no son rascacielos, al menos lo parecen.
De aquéllas sí que había
cumplido la cuota de pasos diaria, pero me lo estaba pasando tan bien que
decidí volver caminando. Este día aprendí que “a solo dos o tres paradas de
metro” no es una distancia corta en Montreal después de haber caminado toda la
tarde.
Repito: "to mu gueno mu rico mu abundante", dende as terras verdes do fogar de Breogán, se nos ponen los dientes largos. ¡Es casi tan bonito como Vigo!
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