i-Klic


Me imagino que si yo fuera famosa llevaría una vida muy aburrida. Tantas pasarelas, festivales, fiestas guays, ir de compras para esas fiestas guays, etc. Al final ya nada podría sorprenderme. En cambio, cuando eres estudiante esto no ocurre. La gran novedad de estos últimos tres días es que empecé una clase nueva y ha sido suficiente para romper la rutina


(Estos son estudiantes de la Universidad de Tübingen, aunque no de medicina)

En Tübingen, particularmente en la facultad de medicina, hay diferentes tipos de clases: clases magistrales (Vorlesungen), prácticas (Praktikum), "talleres" -por llamarles de alguna forma- para aprender a examinar al paciente (Untersuchung-Kurs) y, además, los i-Klic. No sé a qué corresponde esta abreviatura -porque no me creo que una palabra completa en alemán tenga solo 6 letras- pero, en resumidas cuentas, se trata de una clase con menos alumnos de lo normal en la que se revisan casos clínicos. Ayer tuve mi primer i-Klic de ortopedia, hoy tuve el segundo y mañana tendré el tercero. No más i-Klics de ortopedia el resto de mi vida.

Esta es una de las características -todavía no sé si buena o mala- de como están organizadas las clases en Tübingen: solo utilizan el tiempo que necesitan. Da la sensación de que se han sentado, han escrito una lista de las cosas que tenemos que aprender, han cronometrado el tiempo que les hace falta y lo han puesto en mi horario. Así que, por suerte, en 3 días hacemos una revisión de toda la materia de ortopedia a través de casos clínicos. Sin embargo, como soy estudiante y esta vida nos depara una sorpresa tras otra -no como a los pobres de los famosos-  hay una desventaja que aporta emoción al asunto. Ya que solo se necesitan dos semanas de clases (Vorlesungen) de ortopedia para aprender la materia en profundidad, tendré que ir muy al día, porque solo tres días después de la última sesión tendré que (espero) aprobar el examen. 

Otra particularidad de la Universidad de Tübingen es que hay que inscribirse manualmente, a través del sistema online de la Universidad, en las Vorlesungen, en los seminarios e incluso en los exámenes por separado. Los estudiantes de medicina somos aquí -como en todas partes- especiales, por lo que tenemos nuestro propio sistema informático -no porque seamos más tontos, sino porque podemos con dos sistemas informáticos a la vez- y, además, es el Decanato el que nos inscribe automáticamente en las diferentes partes de una asignatura, de forma que nosotros solo tenemos que preocuparnos de desinscribirnos si, por ejemplo, no queremos presentarnos a una prueba. Aunque no estoy muy segura, creo que esta es la razón de un curioso fenómeno que vengo observando desde que llegué cada vez que conozco a un estudiante alemán: es muy raro que alguien estudie solamente una carrera. Todos -excepto los estudiantes de medicina, porque somos especiales- hacen al mismo tiempo "magisterio" y "lengua inglesa", "periodismo" y "alemán", "económicas" y "bellas artes", "derecho" y "domador de circo"... 

Esta será una entrada aburrida para muchos; útil para algún valiente despistado con ganas de marcha que esté pensando estudiar un año en Alemania; puede que sorprendente para aquellos que lleven una vida aún más rutinaria que la del estudiante, y definitivamente lo más aburrido del mundo para un famoso (que, si se ha pasado por aquí y ha llegado hasta el final, debería autografiarme el post en un comentario). En cualquier caso, para compensar os dejo el exitazo que sonó hoy por la radio mientras lavaba la loza -y es que cualquier canción es un exitazo cuando tienes ante ti una montaña de platos sucios, pero esta, si cabe, lo es más. 

Copias de seguridad


La canción es de Slumdog Millionaire; básicamente me gusta mucho, pero además va bien con el tema de esta entrada; su segundo nombre -el de la canción y, ya que estamos, también el de la entrada- es You are my destiny.

Algo pasó. Algo que sabía que pasaría en algún momento, porque es mi destino, pero había estado evitándolo lo máximo posible. Sin embargo, al final he bajado la guardia apenas un instante, lo suficiente para que ocurriera. He perdido las fotos. 

Tenía el plan de escribir hoy sobre la excursión que hicimos al Bodensee (Lago Constanza). Todo era idílico y de color rosa chicle -a veces, incluso rosa pastel-. El sol brillaba cada mañana, solo le faltan los últimos retoques al texto, las fotos estaban preparadas y, además, tenía una pequeña sorpresa. Pero hoy por la mañana me desperté con el ruido de la lluvia, me temí lo peor y lo peor ha ocurrido. No encuentro ni las fotos originales, ni las fotos editadas -probablemente porque estaban dentro de la misma carpeta- ni la copia de seguridad que tenía de ambas. Llevo toda la mañana saltando entre dos flashbacks: cuando en primero perdí los apuntes de todo un mes -así fue como aprendí a hacer copias de seguridad-, y cuando en segundo perdí otra vez los apuntes porque perdí la copia de seguridad -y así fue como aprendí que no es buena pasearse por la facultad con una memoria USB que contiene la mitad de tu carrera universitaria. Ahora no tengo más remedio que aplicar una técnica que he desarrollado y depurado tras muchos años perdiendo cosas: esperar a que aparezcan solas. Si ellas mismas pueden perderse sin mi ayuda -porque en esta ocasión estoy convencida de que fui ordenada y guardé cada cosa en su sitio- entonces lo más lógico es que sean ellas las que aparezcan solas de nuevo, sin mi ayuda. Así funcionó, por ejemplo, hace dos semanas, con una zapatilla que finalmente apareció enganchada al velcro del puño en mi cazadora de los fines de semana. 

Hay quien piensa que esta actitud es un poco despreocupada, pero yo prefiero creer que soy optimista y no malgasto el tiempo en asuntos que cuya única solución es esperar -por mucho que me enfade. Así que, dejando atrás el dramatismo, no todo está perdido, porque aún tengo una (pequeña) novedad: Mr. Gallerino. Como una imagen (a veces) vale más que mil palabras, mejor no lo cuento; lo enlazo. Iré subiendo poco a poco las fotografías de los posts anteriores, a medida que las tenga listas. De momento ya se pueden ver las "fotografías que jamás antes habían visto la luz" del día en Stuttgart


Blaubeuren

Ahora soy mayor de edad en todas partes del mundo. Esto significa que ya puedo beber alcohol en los EEUU, que el capricho de "un trocito de chocolate" pasa facturas cada vez más "abultadas" y que ahora, además de "cuando era pequeña" también puedo decir "cuando era más joven". 

Cuando era más joven -en septiembre- hice una excursión a Blaubeuren con el curso de alemán para erasmus. Blaubeuren es un pequeño pueblo perdido en el medio de los Schwäbische Alb ("Alpes Suavos"). Como supongo que lo serán casi todos los pueblos perdidos en unas escarpadas montañas centroeuropeas, es un sitio tranquilo, donde la tranquilidad puede respirarse cuando se abren las ventanas por las mañanas, el tiempo tiene su propio ritmo y el frío por las noches, después de cenar un tazón humeante de sopa casera, resulta acogedor.  Un cuadro bucólico que la organización del curso se encargó de completar con clases de alemán mañana, tarde y Abend -una palabra que para mí no tiene traducción porque en España, después de cenar, no existe una "segunda tarde"  entre la "tarde de verdad" y la noche. Así que, desgraciadamente, no tuve mucho tiempo de sacar fotos para enseñaros como es aquello. 

La particularidad de Blaubeuren es su lago, el Blautopf. El agua es tan azul que, a su lado, el mar Mediterráneo parecería gris. Antiguamente se decía que alguien vertía todos los días un tonel de tinta. Parece ser que, en realidad, su especial color se debe a que un componente de sus paredes se disuelve en el agua -lo siento para los aficionados a la geología, pero esto es todo lo que pude absorber después de leer un panel lleno de nombres extraños de rocas que, por mucho que lo intente, para mí no son más que piedras. Muchas historias giran alrededor de este lago, pero la más conocida es la de una sirena que se llamaba Die Schöne Lau

'Blaubeuren, Blautopf' photo (c) 2010, dierk schaefer - license: http://creativecommons.org/licenses/by/2.0/

























Aunque se ha convertido en un cuento popular, Die Historie von der schöne Lau en realidad fue escrita por Eduard Mörike a mediados del s. XIX. Narra la historia de una sirena que vivía en el Blautopf, hija de una mujer hmana y un "hombre sireno" del Mar Negro. Die schöne Lau se casó con el "sireno" del Danubio, der Donaunix pero este, al ver que ella no podía reír, la castigó a permanecer en el Blautopf, sin poder dar a luz a ningún hijo vivo, hasta que riera cinco veces de corazón. Un día se le ocurrió a un hombre medir la profundidad del Blautopf. Para ello, cogió una sonda y amarró a su extremo un plomo. La sirena, que estaba sentada en el fondo del lago, vio aparecer la cuerda y distinguió en su extremo lo que en realidad era un diente de Kraken. Como die schöne Lau sabía que tenía propiedades especiales, decidió cogerlo para su marido, de modo que empezó a tirar y tirar de la sonda. El pobre iluso, que en realidad se encontraba -asumiendo que la sirena se encontrara en el punto más profundo del Blautopf- 20 m. más arriba, pensó que el lago no tenía fondo y empezó a recoger la cuerda. Entonces, la sirena ató a su extremo su collar de perlas y unas tijeras de oro y el hombre, al que no le interesaban nada las riquezas, cuando vio que le habían dado el cambiazo no se le ocurrió otra cosa que lamentar la pérdida del plomo. Así fue como nació un trabalenguas sobre Blaubeuren -cuya dificultad radica en que tiene demasiadas vocales y las palabras son demasiado cortas, algo a lo que los alemanes no están acostumbrados. 

Y hasta aquí puedo escribir, porque a continuación Eduard Mörike se va por las ramas y empieza a utilizar palabras que no vienen en mi diccionario. Sin embargo, haciendo trampas -es decir, mirando en internet-  leí que, al final, die schöne Lau termina riendo con ayuda de una mujer del pueblo, el hombre vende el collar de perlas y su tijera de oro y el diente de Kraken no le sirve para nada a la sirena -lo cual no es nada raro, teniendo en cuenta que un diente de Kraken no es más que un diente de pulpo, pero preferí la palastartigKraken porque le da un aire dramático, mitológico y aventurero a la historia.

Los Mundos de Yupi, la Estatua de la Libertad al estilo alemán y la vuelta al mundo en 80 días

Siempre que viajo al extranjero me pasa lo mismo: me bajo del mundo. La Tierra sigue girando, pero yo estoy tan concentrada en los edificios, monumentos y personas que se encuentran (como mucho) en 5 km a la redonda que me olvido de que, al margen de mis Mundos de Yupi, la gente sigue con sus vidas y los medios de comunicación siguen con sus noticias

Este es el motivo de que me enterara tarde del desastre del huracán Sandy a su paso por Nueva York. Para aplacar un poco el cargo de conciencia, decidí leer un poco sobre el tema. Después de tres horas despegué la cara de la pantalla, al darme cuenta de que se había hecho de noche y no había encendido la luz. Como si acabara de despertar después de una enorme borrachera, intenté reconstruir las últimas horas de mi vida empezando por lo último que recordaba: encendí el ordenador, leí un par de artículos y, no se cómo ni en qué momento -prometo que lo más fuerte que había bebido fue una taza de té después de comer- terminé planeando -más bien imaginando- un viaje a Nueva York y, en particular, una visita a la Estatua de la Libertad, que abrió de nuevo al público tras un año de reparaciones el día 28 de este mes, justo 126 años después de su inauguración -que fue en 1886, para los alérgicos a las matemáticas.

Cambiando de continente, si hay algo que me sorprendió de los alemanes es que lo tienen todo tan planificado de antemano que por todas partes hay hojas con información sobre lo que te puedes encontrar y como tienes que reaccionar: en el cuarto de la lavadora, sobre qué hacer si se estropea; en el armario de la cocina, sobre distintas maneras de cuidar el medio ambiente; en el vestíbulo del hospital, sobre las líneas de autobuses que pasan por ahí, y hasta en los semáforos, sobre como utilizar los semáforos -en rojo, no cruce la calle. Ahora que lo pienso, lo verdaderamente sorprendente es que me sorprendiera que fueran tan organizados, -llegados a este punto convendría aclarar que, a juzgar por el tremendo lío de pensamientos que se agolpan en mi cabeza, estoy casi convencida de que la bolsita de té contenía algún ingrediente extra... 
De modo que, con el objetivo de aprovechar lo mejor de cada casa, aquí está una "hoja-resumen alemana estilo Andrea" de uno de los símbolos de los EEUU:


Sé que, salvo que estéis planeando una visita a la ciudad que nunca duerme, habéis pasado a este párrafo sin leer detenidamente la letra -no os culpo, yo misma hace tiempo que dejé de leer los carteles que empapelan Tübingen y recurro a la táctica de la "extranjera que no se entera de nada" preguntando a cualquiera. Así que me he guardado para el final el dato impactante: la estatua se envió de Francia a América entre 1885 y 1886, lo cual quiere decir la escena de la película "La Vuelta al Mundo en 80 días" en la que los protas se pelean con el malo encima de la Estatua es totalmente inverosímil, ya que la historia transcurre en 1872. Si el guionista hubiera leído algún completo -y aburrido- resumen alemán, me hubiera ahorrado este tremendo disgusto. Pero ya se sabe que los artistas, los genios y los erasmus tenemos la cabeza llena de popurrí, polvo de tiza y serrín -respectivamente- así que propongo un trato: yo dejo de criticar si, a cambio, se me perdonan los errores que haya cometido y vaya a cometer en el futuro. Ahora, voy a prepararme un té y a ver Mary Poppins, a ver si descubro alguna nueva incongruencia que haga peligrar los pilares del mundo tal y como lo conocemos hoy en día. 

Primeras prácticas en Tübingen

No sé si por suerte -porque algo mejor está por venir- o por desgracia, pero ya quedaron atrás las primeras dos semanas de clase. En menos de lo que tardé en asimilarlo, la Universidad de Tübingen me lanzó a una piscina para enseñarme a nadar -y el agua estaba helada. Menos mal que hasta ahora me mantuve a flote, aunque algunos días más cómodamente que otros. 

Un cálido viernes, dos semanas atrás -en ese momento me parecía que hacía frío, pero en realidad todavía no había empezado a nevar-, los erasmus de medicina tuvimos una reunión con la coordinadora. Nos dieron el horario y empecé a sorprenderme en el mismo momento en que vi que ya empezaba con prácticas de cirugía el lunes siguiente. Intenté disfrutar del fin de semana libre -fiesta, desenpolvar la bata, hacer el vago, fiesta otra vez- pero aun así se me hizo demasiado abrupta la despedida de las vacaciones. 

Desde el mismo lunes, el despertador empezó a sonar a las 06:00, a las 06:20 cogía la bicicleta, a las 06:26 conseguía despertarme entre el frío de la mañana y la luz del semáforo directamente en mi cara, a las 06:36 subía en el autobús y a las 07:00 empezaba a pasar visita a los pacientes de la clínica de accidentes -en este punto todavía no había terminado de sorprenderme, en primer lugar porque aquí tienen un hospital especial para patosos y gafes, y en segundo lugar porque incluso cuando uno está ingresado y necesita "reposo absoluto" lo despiertan a horas intempestivas para que cinco batas blancas examinen su rodilla. Afortunadamente, la segunda semana de prácticas fue totalmente relajada: la mitad de los días no tuve que estar en el hospital hasta las 08:00 de la mañana. Estuve en la planta privada de cirugía general, que es como la clase business de los aviones para los que tienen un seguro privado: menos pasajeros y más espacio en los asientos, pero al fin y al cabo el piloto, el avión y el punto de salida y llegada son los mismos. 

Lo que pasó entre las intempestivas horas en que me ponía la bata y las -no tan intempestivas- horas en que me la quitaba me lo guardo para mí. De esta forma, parezco más profesional -por aquello de guardar el secreto médico- y nadie se entera de que, con esto del alemán, estaba más perdida que un erasmus en sus primeros días de clase. En líneas generales, aquí los estudiantes de prácticas tienen muchas más autonomía y trabajan mucho más por su cuenta. El objetivo de las prácticas no es ver lo que hemos leído en los libres, porque para eso ya tienen el año entero de prácticas al final de la carrera, sino que se trataba de "ser" médicos durante unos días: visité pacientes y los examiné, escribí historias clínicas, presenté un caso, coloqué una escayola -a una compañera, afortunadamente para los pacientes y desafortunadamente para ella-, aprendí a coser de tres formas diferentes y a hacer nudos, fui a quirófano, endoscopias, consultas...

Al principio me sentía un poco fuera de lugar -¿cómo es posible que unos simples estudiantes deban examinar solos al paciente?¿y si le hacemos daño?- porque, sinceramente, hacía tiempo que calculaba nivel de exigencia de las asignaturas como el número de páginas que entraban en el examen partido por el tiempo que tenía para metérmelas entre pecho y espalda. Sin embargo, al final mi cerebro despertó y disfruté como un estudiante de medicina que se pone la bata por primera vez. Wunderbar!